Fernando Fischmann

Innovar o morir

3 Marzo, 2015 / Artículos

En el mundo del prejuicio, para muchos artistas y profesionales de las ciencias sociales, los hombres de negocios, ejecutivos y empresarios, de seguro son una especie de entes repletos de ángulos rectos, sin sensibilidad y sólo obsesionados con las planillas Excel y la última línea. Del otro lado, y también desde la vereda del prejuicio, el mundo de la creatividad artística, de las letras y humanidades, debe ser para muchos un territorio plagado de sujetos improductivos, seres bohemios y vacíos de metas.

Eso en el mundo del prejuicio. Porque en el mundo real, en especial en un creciente número de economías desarrolladas, el encuentro de la creatividad, de las humanidades y la empresa es algo cada vez más común. Algo que no sólo se expresa en la aparición y consolidación de emprendimientos creativos, sino que en la introducción de una cultura de innovación interna, que está produciendo un círculo virtuoso que está haciendo mucha diferencia.

En un creciente número de entidades, el cruce de ambos mundos está produciendo resultados y está validando la noción de que el trabajo colaborativo no es pura palabrería. Para ello, de ambos lados se requiere confianza y humildad, en el sentido de que en la diversidad y la aceptación de visiones distintas a las propias puede estar la solución disruptiva y necesaria a un problema o la creación de mayor valor.

En esa línea es clave que las sociedades y el mundo de la empresa se abran a una mayor valoración de la creatividad y a la incorporación de disciplinas diversas que ayuden a “salir de la caja” en la búsqueda de nuevos procesos, productos o mayor productividad. Y es clave, como lo han entendido algunas universidades que promueven la formación en artes liberales, que la educación a todo nivel se haga cargo de este desafío.

El futuro que se avecina es impredecible y pondrá a nuestras empresas en encrucijadas cada vez más frecuentes. Modelos de trabajo, visiones de la realidad encapsuladas, endogámicas y intolerantes están condenados al fracaso porque con gran probabilidad no serán capaces de dar respuestas adecuadas y a tiempo a una realidad que cambia a velocidad creciente.

Por lo que sea. Por pragmatismo o convicción, lo que el país requerirá más temprano que tarde es un nuevo molde mental. Uno que sea flexible y adaptativo, que empiece desde ya a valorar la inspiración, la creatividad, la innovación. De lo contrario sólo vamos a terminar cavando cada vez más hondo tras la veta de un mineral que es finito y, lo más probable, es que cuando acabemos de hacerlo estemos tan enterrados que no podremos salir. En el fondo, habremos cavado nuestra propia tumba económica.

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