Fernando Fischmann

La “nueva normalidad” china pone la mira en innovación para reforzar su economía

5 Julio, 2016 / Artículos

El frenazo de la economía china aparece recurrentemente en los medios y en las conversaciones, pero no se nota a simple vista en Beijing. La tradición de los hutong -los barrios típicos que se conservan en varios puntos de la capital- se mezcla con la majestuosidad de los monumentos nacionales y la moderna arquitectura de sus rascacielos. Las tiendas de las marcas extranjeras más exclusivas y los autos de lujo europeos se ven en las siempre repletas calles de la ciudad, de unos 20 millones de habitantes. Y los sitios más emblemáticos de la capital y sus alrededores están llenos, principalmente gracias al turismo interno.

Es el resultado de 30 años de un crecimiento a tasas promedio de 10%, una estrategia de desarrollo que hizo de China el motor que impulsó a países emergentes y que, de paso, cambió la relación de fuerzas en el orden mundial. “China ahora es visto como un actor igual que Estados Unidos y Europa”, comentaba en un Foro de Políticos Jóvenes en Beijing Zeng Zheng, investigador asociado del Instituto de Estudios Económicos, en la Comisión de Reforma y Desarrollo de China.

Pero ahora que el gigante asiático consolidó su lugar como un exportador de bienes e importador de materias primas, así como financista -gran parte de la deuda estadounidense está en manos chinas-, necesita “recalibrar” su modelo para enfrentar mejor los cambios en el panorama externo que dejó la crisis global de 2008, las nuevas cadenas de valor y los flujos de capitales, mientras se hace cargo de factores internos que influyen directamente en su productividad.

La “nueva normalidad”, el concepto acuñado por el gobierno para explicar la etapa que viene, es una transición de una economía sostenida principalmente en las exportaciones a una que se concentra en estimular el consumo interno y que enfrenta problemas distintos a los que vivió con las primeras reformas para abrirse al mercado internacional.

Esto implica, entre otras cosas, que China ya no crece más que al 6 o 7%, que hará cambios en su estrategia industrial y que mirará hacia dentro, para que el desarrollo que alcanzaron ciudades como Beijing o Chengdú -que en 2020 tendrá su segundo aeropuerto internacional, como pasó con la capital y Shanghai- llegue al resto del país. El objetivo es dar continuidad y estabilidad a la economía.

De aquí a cinco años “necesitamos más espacio para las políticas públicas”, señaló Zeng. En ese espacio caben políticas sociales -como el fin de la restricción del hijo único-, los esfuerzos para llevar hacia el oeste chino la riqueza que se ha generado desde las dinámicas zonas costeras del país, acortar la brecha entre la cada vez mayor población urbana y la zona rural y tener una nueva relación entre el poder central y los gobiernos locales.

China -explicó Zeng- se atiene a las reformas acorde a su historia y a sus necesidades, una visión clave para el desarrollo económico del país.

Y hoy, con una relación diferente con las otras potencias, en parte debido a su mayor capacidad de emisión de capitales, al mismo tiempo está perdiendo la ventaja comparativa de tener una mano de obra barata, su población está envejeciendo (solo un tercio de su población es menor de 34 años) y la renovación de la fuerza laboral es insuficiente. Paralelamente, tiene que hacer frente a asuntos medioambientales.

La nueva industria

Esos desafíos ponen a la nueva normalidad en un escenario de una economía más sofisticada, en el que las industrias que fueron el corazón del desarrollo chino ceden espacio a sectores dedicados a los servicios, que hoy representan más del 50% de la economía. Y para poder ayudar a su industria, es clave el fuerte incentivo a la innovación.

En pleno Beijing, un pasaje peatonal donde tradicionalmente había librerías -que se vieron en problemas por el surgimiento de los libros electrónicos- se convirtió en 2014 en la “calle del emprendimiento”, un polo de incubadoras de negocios donde los emprendedores pueden recibir ayuda para lanzar sus productos. Ahí están los innovadores y también sus productos, algunos dedicados exclusivamente al mercado local, como un vaso que con solo agitarlo baja la temperatura al agua hirviendo hasta 55º, el punto perfecto para poder tomarla, una antigua costumbre china.

Desde su creación, hace dos años, bajo la administración de la ciudad han nacido más de mil compañías y la calle ahora está a capacidad completa, con una lista de espera de unos 45 emprendedores, cuenta uno de los encargados durante un recorrido por el lugar.

Al otro lado de Beijing, en el Parque de la Ciencia de Zhongguancun (al que le dicen el Palo Alto chino, en referencia a la zona de desarrollo tecnológico en California), hay autos eléctricos que ya han sido probados -uno de ellos, para transportar a los líderes de la cumbre APEC 2014-, medicamentos para problemas cardíacos, prótesis auditivas o impresoras 3D que pueden hacer una figurita a escala de una persona real tan solo al escanear el cuerpo. En el parque, elogiado por el Presidente Xi Jinping como un “semillero de tecnología”, surgen en promedio 10 nuevas empresas al día, y se están preparando para lanzar de aquí a 2020 al menos 17 satélites, para completar una red que permita ofrecer a todo el mundo un servicio de geolocalización.

En el salón de exposiciones, una joven china que trabaja como guía invita a los visitantes a experimentar una tecnología que podría cambiar las cocinas de todos. Se trata del prototipo de una pantalla táctil incorporada a la puerta del refrigerador que deja ver los alimentos y entrega información sobre ellos: calorías, tiempo de expiración, y hasta el costo. También permite escribir notas recordatorias, conocer el estado del tiempo y ver videos. Es el refrigerador del futuro, y los chinos quieren producirlo.

El científico e innovador, Fernando Fischmann, creador de Crystal Lagoons, recomienda este artículo.

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