Fernando Fischmann

¿Se debería permitir que todos inviertan en empresas de tecnología?

10 Enero, 2019 / Artículos

El presidente de la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) de EE.UU. anunció recientemente una iniciativa para permitir que los inversores ordinarios inviertan en empresas privadas. Actualmente, solo los pudientes inversores acreditados pueden invertir en empresas privadas. El objetivo destacado fue permitir que los pequeños inversores obtengan acceso a las inversiones alternativas de alta calidad, como en las empresas privadas de tecnología como Uber y Air BnB. Pero desde nuestro punto de vista, esta norma, si se implementa, no funcionará según lo previsto porque los inversores ordinarios podrían no querer invertir en start-ups privadas y también es posible que las empresas privadas, especialmente las digitales, no quieran inversores ordinarios.

Hay que señalar que un inversor ordinario tiene opciones alternativas para invertir indirectamente en start-ups digitales. Mientras que la mayoría de las compañías de capital privado son privadas, algunas como Blackstone Group, KKR, Carlyle Group y Apollo Global Management cotizan en las bolsas de valores. Muchas compañías públicas que cotizan en bolsa, como Alphabet, Intel y Apple representan, en parte, a los capitalistas de riesgo disfrazados. Si bien es posible que los inversores no tengan la oportunidad de invertir en Uber, podrían invertir en empresas similares a través de KKR o invertir indirectamente en negocios parecidos como Waymo o Titan invirtiendo en Google y en Apple, respectivamente. Además, los fondos de pensiones están buscando cada vez más inversiones en fondos de capital privado. Este puede ser un mejor modelo para que los inversores ordinarios se expongan a las compañías privadas, por varias razones.

Las start-ups digitales a menudo buscan crecer rápidamente y, por lo tanto, sufren grandes pérdidas. Por eso, buscan a inversores que entiendan sus pérdidas iniciales y que puedan facilitar rondas secundarias de financiamiento cuando sus operaciones crezcan. Además, dada su búsqueda de capacidad de organización, las start-ups digitales quieren a inversores que tengan la experiencia para ayudar a subcontratar sus funciones comerciales no esenciales, como la producción, distribución, marketing y gestión de nóminas. También, las empresas de riesgo están constantemente buscando oportunidades para obtener la adquisición de su compañía invertida, que es una vía de salida cada vez más atractiva para los emprendedores digitales, dado el largo proceso de la oferta pública inicial (OPI) y los requisitos obligatorios del período de participación para los inversores iniciales.

Por lo tanto, los empresarios digitales eligen a sus financieros no solo por su capital contribuido, sino también por el valor de su asociación y las opciones de salida que crean para la empresa. El capital disponible supera significativamente a las oportunidades de inversión viables, por lo que los empresarios digitales pueden permitirse ser selectivos a la hora de elegir a sus socios de financiamiento. Hasta 2017, la cantidad total de fondos de capital privado alcanzó los 7.700 y la cantidad de fondos de inversión libre alcanzó los 1.7 billones de dólares (casi 1.5 billones de euros). Con tanto capital privado que persigue buenas oportunidades de inversión, los empresarios digitales prefieren permanecer en manos privadas hasta el momento en que estén listos para el cumplimiento normativo, elaborando los informes financieros trimestrales y la demanda de ganancias regulares por parte de los inversores públicos, según el requerimiento de la OPI.

Se acabó el apogeo de la década de 1990, cuando las empresas con simplemente una idea y pocos o ningún ingreso podrían hacer una OPI. La edad media de las empresas de tecnología, respaldadas por capitalistas de riesgo, haciendo una OPI ha alcanzado los once años y está creciendo. Es un período largo para una compañía digital que sobrevive, durante el cual, el valor de sus inversiones iniciales puede multiplicarse varias veces. Por ejemplo, las inversiones iniciales de 25 millones de dólares (21.7 millones de euros), realizadas por Kleiner Perkins Caufield & Byers y Sequoia Capital en Google en 1999, aumentaron en más de cien veces en el momento en el que Google se hizo pública en 2004. Así, las oportunidades de inversión más lucrativas, con el mayor potencial de beneficios, nunca salen a la luz del mercado público. Están acorraladas y alimentadas con el capital de los inversores privados pacientes, algunos de los cuales hacen enormes fortunas con esas inversiones. En el momento que esas oportunidades llegan a los mercados públicos, si es que llegan, están cotizadas por completo. Los inversores del mercado público, por lo tanto, no pueden aspirar a volverse tan ricos como los otros afortunados inversores de capital privado.

Pero la falta de oportunidades de inversión tremendamente rentables no justifica la apertura del mercado privado a los inversores del mercado público. Las oportunidades que persiguen los fondos privados conllevan un gran riesgo y requieren perspectivas a largo plazo. La participación media es de cinco años, algunas inversiones requieren diez años. Los socios generales de los fondos privados obtienen grandes honorarios de gestión, pero se necesitan un mínimo de seis años para evaluar su rendimiento. En cambio, las inversiones en los mercados de valores públicos, a través de fondos mutuos, por ejemplo, diversifican los riesgos e imponen bajas comisiones de gestión. Su rendimiento se puede evaluar casi a diario y las inversiones pueden liquidarse rápidamente a través de los mercados bursátiles. Por lo tanto, la economía de los fondos de capital privado no favorece a las inversiones de los inversores ordinarios, que no poseen la riqueza excedente, la posibilidad de pagar altos honorarios de gestión y la paciencia y la capacidad de asumir riesgos como los inversores ricos.

En resumen, es poco probable que funcione la propuesta del presidente de la SEC mencionada al principio de este artículo, aunque tienen mérito sus intenciones. No es de esperar que los inversores ordinarios vayan corriendo a por las start-ups digitales ni que ellas por su parte comiencen a acogerlos, incluso si las regulaciones se llegan a modificar.

El científico e innovador, Fernando Fischmann, creador de Crystal Lagoons, recomienda este artículo.

Harvard Business Review

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